Visualizar los objetivos de tu pyme, una técnica desconocida que deberías utilizar.

Los niños tienen una capacidad especial que pierden poco a poco cuando entran en la edad adulta. Y no es otra que la creación de universos imaginarios. Aunque con un matiz. Para ellos son genuinamente reales.

En estos mundos, los pequeños imaginan toda clase de cosas, desde aventuras imposibles a fantásticas ciudades. Las ven y las viven de igual forma que el mundo más cercano y conocido.

Esta capacidad les da una ventaja frente a nosotros, los adultos, y es la facultad de vivir experiencias alternativas al mundo real y sentir lo que estas le producen.

A veces pasarán miedo, otras se sentirán alegres, pero de todas ellas aprenderán lecciones, preciosas vivencias que aportarán valor y sentido a su día a día. En definitiva, irán madurando.

 

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Ya en el mundo adulto, no solo hemos perdido la capacidad de construir y vivir mundos alternativos -relegado esto a nuestros momentos oníricos- sino que hemos reforzado nuestra racionalidad hasta el punto de que solo somos capaces de prever aquello que podemos planificar y cuantificar con nuestras aprendidas herramientas o con la experiencia adquirida.

Sí, desde luego, imaginamos situaciones, prevemos acontecimientos, esperamos resultados. Pero todo ello es fruto de un análisis y razonamiento lineal, esperable y previsible dentro de lo cabe.

Cuando preparas tus vacaciones, por ejemplo, dedicas un tiempo durante las fechas previas a informarte de los destinos, ver y comparar posibles alojamientos y excursiones, reservas billetes de viaje e incluso lees algún libro o ves algún video del sitio donde irás.

Fruto de esa preparación, imaginas en tu mente un futuro más que previsible. Futuro que, cuando se hace presente no suele ser tan sorprendente e inesperado como pensaste. Estás en el hotel que esperabas, la playa es como imaginabas y esa maravilla de pirámide maya cumple tus expectativas.

Todo normal. No en vano ya lo habías imaginado en tu mente durante semanas antes de irte allí.

Y eso nos pasa en casi todo lo que hacemos en nuestra vida. Todo programado, calendarizado y proyectado. Mínimas opciones a lo inesperado, a lo inimaginable, a lo sorprendente.

 

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Sería extraño que en el mundo empresarial los directivos tuviesen una forma distinta de pensar. Y la mayoría de ellos no la tienen.

La forma de generar una estrategia para llegar a una meta sigue siendo casi la misma desde hace cien años. Se marcan unos objetivos, más o menos ambiciosos, y se establece una «hoja de ruta» con los pasos necesarios para llegar a cumplirlos.

Entre la planificación y el objetivo se despliegan una serie de acciones que implican a personas, procesos, recursos físicos y tecnologías que contribuyen, o así se espera, a llegar a la meta en el plazo establecido.

Un pensamiento lineal en la que la flecha temporal va, como no podía ser de otra forma, desde el pasado hacia el futuro.

Ciertamente sí se ha imaginado un futuro, los objetivos de la empresa, pero no se ha visualizado plenamente, menos aún vivido.

Con la creciente presencia del dato como fuente de información en las organizaciones, el resultado esperado no puede ser nunca sorprendente. Si será una sorpresa, en cambio, no conseguir ese output esperado teniendo en cuenta los inputs.

Como sería raro que si partes de patatas, carne y hortalizas no consiguieras un cocido como resultado de tu trabajo en cocina.

La técnica de visualización plena y consciente de la meta a la que quieres llegar en tu empresa invierte la flecha del tiempo.

Se trata de imaginar cómo estaría tu organización en ese universo que deseas en un futuro próximo. Visualizar cómo se harían los procesos, las tecnologías que usarías, los recursos que consumes y las personas involucradas.

Además, harías un ejercicio de inmersión mental para imaginarte cómo te manejarías en ese mercado, las reacciones de la competencia y de los clientes.

Cuanto más tiempo reflexiones y te sumerjas en este universo-destino que son tus objetivos empresariales, mucho mejor. Tienes que ser capaz de verlo como real, al igual que los niños viven sus mundos imaginarios como reales.

Hay algunos profesionales experimentados en algunas empresas que usan esta técnica muy depurada y son capaces de visualizar los variados escenarios donde estará su organización en el futuro. Suelen luego plasmar de forma gráfica todo lo que han «visto», tanto lo bueno como lo malo.

A partir de esa visualización, se van dando pasos hacia atrás.

 

¿Cómo ha llegado hasta aquí la empresa?

¿Qué ha hecho posible este o ese objetivo?

¿Qué procesos están detrás de esta situación final?

¿Qué personas son las más relevantes en este resultado?

 

La sistemática va bajando peldaños sucesivos hasta que se llega a la situación de partida, en la que actualmente está la empresa.

Los que conozcáis el término «ingeniería inversa» podéis hacer un símil.

También es la misma sistemática que se utiliza para estudiar los orígenes del universo (el Big Bang).

O la que los científicos utilizan cuando tratan de ver el origen de una enfermedad o un virus.

Se parte de una situación final (en el caso de las empresas los objetivos y metas) y se desanda el camino para saber cómo se ha llegado a ella.

La situación final tiene que ser bien conocida para poder indagar sus orígenes. En el caso de las empresas, no queda más remedio que visualizar con el mayor detalle posible la meta final, la posición de tu empresa en ese punto de destino y cómo se comportan clientes y competidores en él.

 

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¿Qué ventajas tiene esta técnica?

La principal virtud que tiene es la de hacer real un objetivo deseado para la empresa. Muchas veces se fijan metas ambiciosas pero irrealizables, o se establecen objetivos que consiguen lo contrario de lo que se busca.

Visualizar y experimentar como su fuese real una situación futura de la empresa nos hace más objetivos en su valoración. Al hacerla tangible la estamos tratando como situación real. Y eso hará que veamos más claros los riesgos y moderemos las expectativas.

Otra ventaja es que, al ir hacia atrás una vez visualizados los objetivos, podemos saber exactamente -si lo hacemos bien- los elementos involucrados que han dado lugar a ese futuro. Eliminamos acciones y recursos innecesarios y nos quedamos con los que son relevantes.

También obtendremos una idea más exacta del tiempo necesario para llegar a ese escenario y el coste de hacerlo.

Pero la principal ventaja es que, a diferencia del sistema actual (de la planificación a la meta), ahora es posible imaginar posibles escenarios que sería difícil que surgieran de otra forma. Eliminamos las restricciones de los datos previos y hacemos el camino al revés.

Recuerda que los niños no planifican como llegar a esos universos imaginarios. Simplemente los crean y los viven.

Te preguntarás si esto no dará con estrategias imposibles o descabelladas.

Y sí, es posible que así pase. Pero ahí está el trabajo del directivo. Se descartan esos universos futuros que al ir hacia atrás sean incompatibles con la situación actual de la empresa, quedándose con los que sean abordables.

Esa es la gran ventaja de visualizar los objetivos. Dan lugar a muchos y diferentes futuros, aunque solo unos pocos sean verdaderamente alcanzables.

Pensar de forma diferente es una buena forma de obtener caminos y resultados diferentes. Y esta técnica, si la aplicas bien, es un excelente ejemplo de ello.

¿Te animas a practicarla?

 

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