Algunos pensarán que esta pregunta es tan innecesaria que no merecería ni plantearla. ¿Cómo no voy a saber cuál es el objetivo de mi propia organización? Es absurdo. Sin embargo, cuando esta misma persona, que dice que la cuestión es tan obvia que sobra hacerla, se para a pensarlo en la soledad de su despacho, la respuesta no es tan sencilla.
Sí, desde luego, ¡cómo no va a ser eso! Tener beneficios, generar cash-flow, ser rentable. Una empresa que no genera más de lo que consume está abocada a su desaparición. Sin embargo, hay algo que no cuadra, te quedas pensando si de verdad todo tiene que estar supeditado a ese único objetivo económico. Y entonces aparecen algunas dudas y te haces otras preguntas…¿Qué objetivos son realmente prioritarios en mis estrategias empresariales?
🔸¿Primero los empleados?
🔸¿Remunerar a la propiedad de la empresa?
🔸¿Los clientes en el centro?
🔸¿Conseguir ser una empresa sostenible e inclusiva?
Vale, entonces tenemos que ordenar nuestras preferencias porque los recursos que tenemos para desarrollar la estrategia empresarial son limitados y costosos. No nos queda más remedio que intentar definir, lo más claramente posible, el verdadero objetivo que marcará el rumbo de nuestra organización.
A veces sucede que pretendemos conseguir demasiadas metas, todas ellas legítimas y deseables por supuesto, pero ya no es que los recursos y el tiempo sean escasos, es que al intentarlo lo más normal es que no se alcance ninguna de esas metas, o solo parcialmente.
Además de eso, dispersamos el trabajo de las personas, haciéndolas menos productivas y generando cierta frustración por no cumplir los objetivos. Más aun, es muy probable que muchos de estos objetivos entren en conflicto.
🔸Conseguir una rentabilidad específica del negocio puede conllevar una reducción de costes que sacrifique activos clave.
🔸O reducir las emisiones de CO2, que puede implicar nuevas inversiones que quizás no deberíamos hacer desde el punto de vista financiero.
Por eso es importante tener un objetivo específico y principal. Todo lo que hagamos a partir de ese momento tiene que contribuir a conseguirlo.
En la vida real, cada empresa es un caso particular, que tendrá su propio objetivo principal dependiendo de su posición en el mercado, su situación interna y su sector. Sin embargo, podemos hacer cierta generalización con la que formalmente pueden identificarse la mayoría de las organizaciones.
«El fin último que debe guiar cualquier estrategia empresarial es garantizar la supervivencia y el crecimiento del negocio. O, dicho de otra manera, mantener la empresa sana y competitiva».
A partir de esta regla maestra, con la que imagino que estarían de acuerdo la mayoría de los profesionales, cada empresa tiene que alinearla con su propia cultura y sus propios valores diferenciales. Es en ese momento cuando hay que plantear la siguiente pregunta…
¿Cómo consigo garantizar la salud, la competitividad y la supervivencia de mi empresa?
Las respuestas se relacionan con lo que denomino «objetivos secundarios», más concretos y operativos y que son los que contribuirán al fin principal.
Es entonces cuando, sabiendo que todo lo que hagamos tiene que mejorar la salud y la competitividad del negocio, podemos responder mejor a posibles objetivos secundarios.
¿Contribuye a este fin prioritario…
…a cuidar, formar y motivar a los empleados?
…a remunerar correctamente a los accionistas?
…a atender debidamente las demandas de los clientes?
…a ser una empresa responsable?
Y así podríamos ir evaluando cada uno de los objetivos secundarios de la empresa, incluso podríamos ordenarlos en función de su mayor o menor contribución a mantener la empresa competitiva.
Si no es posible acometer todo, que es lo habitual, la prioridad la establecerán aquellos objetivos estratégicos que más impacto positivo tengan en la meta principal.
La importancia que tiene el establecimiento del objetivo supremo de una organización nunca ha tenido la relevancia que realmente tiene. Muchas veces, este fin último y prioritario queda relegado a una declaración de buenas intenciones en la Misión/Visión de la empresa, una proclamación bienintencionada que todos hacen y que luego pocos logran aterrizar.
El objetivo estratégico de la organización debe ser claro y explícito, y no solo eso, sino que tiene que recordarse una y otra vez cuando establecemos la hoja de ruta de nuestra estrategia, en cada actuación que emprendemos.
Solo así se podrá alinear el trabajo diario de todas las personas con el fin último que se persigue.
Sí, al final tengo que reconocer que la pregunta que encabeza este artículo es obvia, pero nunca admitiré que sea innecesaria. Al contrario, puede que sea la única pregunta -o la gran pregunta– que cualquier directivo o responsable en una empresa tendría que hacerse. Y, por descontado, no dudar en la respuesta.
Algo tan sencillo esconde, sorprendentemente, un gran poder, el de ir atravesando etapas en el devenir de la empresa con la seguridad de estar haciendo lo mejor para su futuro.
¿Innecesaria?
