Caerse está permitido, levantarse es obligatorio.
Hace no mucho, con ocasión de un funeral de un familiar muy cercano, me contaron la historia personal de una mujer que me dejó una profunda impresión. Esta persona sufrió, en poco menos de dos años, varios reveses vitales que son tan excepcionales como demoledores.
La mujer perdió a su marido después de una larga y penosa enfermedad. Sumida en una profunda tristeza junto a sus dos hijos, aceptó la situación como mejor pudo, aunque fue precisamente su hijo mayor el que falleció a los cuatro meses en un accidente de tráfico.
Enterrado su hijo, la mujer miró hacia adelante una vez más, centrándose en cuidar la maltrecha salud mental de su hija durante meses. Por desgracia, esta se suicidó al no poder soportar tanto dolor. Una familia que desparece en menos de dos años y una mujer a la que nadie sabía cómo ayudar y, menos aún, cómo superaría todo esto.
Me contaron que ahora trabaja en una asociación de ayuda al duelo, centrada en contribuir a que otras personas puedan levantarse de una pérdida cercana y afrontar el futuro con esperanza y confianza en sí mismas.
Esto, que algunos llaman resiliencia, yo prefiero llamarla adaptabilidad, y no solo todos nacemos con ella, sino que podemos hacerla despertar y que trabaje para nosotros, para que nuestro tránsito por la vida sea más útil y satisfactorio.
En las empresas, la adaptación es un requisito para la supervivencia, y también todas ellas la poseen, aunque haya que descubrirla rascando sobre la superficie.
Adaptarte y ser flexible no solo hará que tu empresa acoja mejor los cambios en el entorno, también la hará más fuerte y competitiva.
Y, por si fuera poco, será el mejor estímulo para la innovación.