Cuando jugar a lo seguro es lo más arriesgado.

La aversión al riesgo es una característica muy común de las personas, no de todas desde luego, pero sí creo que de la mayoría. Desde el mundo de las inversiones, donde se prefieren rentabilidades menores, pero sin riesgo, a la esfera laboral, en la que cada vez vemos más personas que optan por un «empleo para toda la vida» como funcionario, que no por un trabajo por cuenta ajena (menos aun emprender), parece que nuestra conducta se rige por parámetros muy conservadores.

 

Desde luego, los eventos que hemos vivido en los últimos años han tenido mucho que ver: varias crisis económicas, inflación, pandemias o guerras han hecho mella en nuestra confianza en el futuro. Un mañana que cada vez vemos más incierto. Por eso la aversión al riesgo es comprensible, como celebran por cierto todavía hoy las compañías de seguros, pero de ningún modo debe condicionar todas nuestras decisiones.

 

Si en lo personal no arriesgar es una mala costumbre, porque nos impide acceder a nuevas experiencias y facetas que probablemente nos enriquecerían, en la esfera de los negocios puede directamente acabar con ellos.

 


 

«El riesgo más grande es no tomar ninguno», señala Seth Godin, indicando con ello que desafiar el statu quo es el único camino para destacar en un mercado saturado e indiferenciado.

 

En muchas de las reuniones con clientes he tenido la oportunidad de ver cómo esta aversión al riesgo se hace presente. Si me preguntaran, me aventuraría a decir que tres de cada cuatro directivos siempre eligen la opción más segura frente a otras más inciertas. El temor a lo desconocido suele ganar la partida a lo esperable, aunque en la mayor parte de los casos no haya ningún argumento sólido y convincente que respalde la decisión.

 

Clayton Christensen, experto en innovación disruptiva y profesor de Harvard, ya señalaba en 1997 que las empresas exitosas a menudo se aferran a lo que ya funciona, tienden a invertir en mejoras incrementales de sus productos principales, ignorando las inversiones disruptivas que podrían redefinir el mercado.

 

Clayton lo llamaba «sacudir el barco», una situación que significa retar lo establecido, provocar enfoques alternativos -incluso opuestos- y explorar otros territorios. En realidad, cuando Clayton dice «sacudir el barco», la mayoría de las personas en las organizaciones ven «hundir el barco», sencillamente porque no confían en un futuro distinto del que atisban. El recuerdo de las crisis pasadas sigue estando muy presente.

 

Pero la otra alternativa, que significa hacer pequeños cambios para que todo siga casi igual, sin asumir ningún riesgo, conlleva sin embargo un altísimo coste: estará perdiendo la oportunidad de descubrir si su empresa puede competir mucho mejor con estrategias diferentes. No sólo eso, también ganará habilidad para reaccionar de forma ágil en entornos cambiantes y muy saturados.

 

Rita Gunther McGroth, experta en estrategia e innovación, advierte del fin de la «ventaja competitiva sostenible». Las organizaciones que sacuden el barco son las que enfrentan el miedo con experimentación y el aprendizaje. Y creo que acierta con dos de los factores que pueden abrir el camino a escenarios desconocidos: la experimentación y el aprendizaje.

 

Elon Musk, tan criticado y odiado como ensalzado -yo soy el primero que no me alineo con algunas de sus ideas- sí es al menos uno de los pocos que se han atrevido a «sacudir el barco», a romper con lo establecido. Lo hizo con Tesla cuando el coche eléctrico era casi un sueño y lo está haciendo con su empresa SpaceX. De hecho, ya es la tercera vez que su nave Starship explota en una prueba de vuelo. Pero, paradójicamente, el proyecto está cumpliendo sus hitos: la experimentación y los fallos que se están produciendo se convierten en un valioso aprendizaje para el próximo ensayo.

 

Y sí, asume riesgos, pero ¿y si no lo hiciera? ¿Sabríamos algún día si su sueño es posible? Marte quizás sea un objetivo demasiado ambicioso, pero con cada nuevo paso arriesgado que da Elon Musk (y otros), más cerca estará de ser una realidad.

 


 

Todo lo dicho, no obstante, no debe lanzarnos sin más a actuar contra todo lo establecido y experimentar con lo nuevo pensando que es lo deseable para avanzar. De hecho, «sacudir el barco» creyendo que en sí mismo es algo beneficioso y nos hará innovadores puede hundir el barco. La temeridad nunca suele mejorar lo ya existente.

 

Navegar por el convulso mar del mercado no debe significar poner en peligro al barco y a la tripulación, pero tampoco escoger la ruta más segura y tranquila. En esa ruta te encontrarás con otros que, como tú, prefieren la tranquilidad de lo conocido al atractivo de lo ignoto. Serás uno más en el mercado, no destacarás, nadie sabrá por qué serías diferente y preferible. Quizás no hundas el barco, que posiblemente es el miedo que tendrías, pero poco a poco te irás desvaneciendo entre la miríada de naves que siguen tu mismo camino. Serás el Holandés Errante del mercado.

 

Por eso es mucho más arriesgado y temerario jugar a lo seguro que lanzarte a explorar lo que pocos se atreven. Esta es la razón, aunque algunos pretendan que pensemos lo contrario, de que la verdadera innovación sea tan rara. Innovar, ser rupturista, crear nuevos escenarios de mercado…todo esto solo está al alcance de los que saben que habrá fracasos y que el coste de la experimentación va a ser muy alto, pero también que la recompensa será inmensa para su organización.

 

Ahora la pregunta es…¿Quieres sobrevivir como empresa asumiendo el riesgo de la irrelevancia o prefieres vencer al miedo a lo desconocido, buscar nuevas ideas y cambiar el rumbo que siempre has seguido?

 

Te puede interesar…

¡Atrévete!

Pensar en lo impensable y dar con la clave del éxito.

El miedo al cambio.

¡Comparte este artículo!

Comments are closed.